martes, 11 de noviembre de 2008

El poder oculto de la Coca-Cola






El poder oculto de la Coca-Cola



¿Por qué nadie conoce la fórmula de la Coca-Cola? ¿Por qué, cuando hoy en día se conocen todos los ingredientes de cualquier producto y todo está analizado por las direcciones sanitarias, la Coca-Cola nos oculta su composición? ¿Por qué dicha fórmula está guardada en la caja fuerte del banco más seguro de Estados Unidos? La respuesta a todos estos interrogantes es que la fórmula de dicha bebida contiene sustancias corrosivas muy perjudiciales para el organismo humano. ¿Cómo si no se explica que un trozo de carne metido en un vaso lleno de Coca-Cola se deshaga a su contacto en menos de tres horas? Eso por no hablar de los poderes desatascadores de dicho líquido. Otras de sus importantes cualidades es que, combinada con el antiguo optalidón (o aspirina), puede provocarte euforia y alucinaciones.





En 1886, una empresa de Atlanta (Georgia) patentó un medicamento que contenía extracto de coca. El producto, anunciado a bombo y platillo, recibió el nombre de Coca-Cola. Sus fabricantes aseguraban que tenía la propiedad de «curar el dolor de cabeza y aliviar la fatiga». Hacia 1903, cuando el tónico ya llevaba diecisiete años levantando ánimos, una legión de médicos empezó a proclamar que la cocaína suponía un riesgo para la salud de los norteamericanos. Muy pronto se sumaron al debate los políticos racistas del sur, dispuestos a impedir por todos los medios que la cocaína estuviera al alcance de los negros. En vista de semejante presión, la compañía Coca-Cola no tuvo más remedio que eliminar el fármaco de la receta. A partir de entonces la bebida se aromatizó con extracto de coca desprovisto del alcaloide estimulante y se le añadió cafeína para darle un toque vigorizador. En 1914, tras muchos años de figurar en los botiquines de los estadounidenses, la cocaína ingresaba en el mundo tentador y superpoblado de las sustancias prohibidas. Paradójicamente, al ser despojada de su verdadera chispa y domesticada para siempre, la Coca-Cola fue adoptando una serie de características fabulosas nacidas de la fantasía popular. Diríase que la imaginación colectiva se negaba a olvidar el mítico ingrediente que contenía la bebida in illo tempore y, a falta de pociones mágicas, se permitía soñar con la única que tuvo el honor de serlo durante algún tiempo. Una de las creencias más tempranas relacionadas con los poderes ocultos del refresco, parece inspirarse claramente en su fórmula original. Como saben todos los adolescentes bien informados, se rumorea que la mezcla de aspirina y Coca-Cola produce efectos alucinógenos o simplemente mareantes. Esta creencia ya circulaba allá por los años treinta entre los jóvenes norteamericanos, como lo atestigua un artículo «preventivo» que escribió cierto médico de Illinois en el Journal of the American Medical Association. Según el galeno, la combinación de ambas sustancias generaba un brebaje «tóxico» con propiedades adictivas que podían ser tan perniciosas como «la habituación a los narcóticos». Muchos de nuestros lectores podrían aportar sus propias experiencias, sin duda menos devastadoras, al respecto. Por otro lado, las supuestas virtudes psicodélicas de la Coca-Cola se inscriben en una larga tradición donde figuran las más variadas drogas folklóricas. Lola Ortí, de Valencia, menciona los «hilos» que se separan de los plátanos al comerlos. «De hecho -añade nuestra informadora levantina, concluyendo así su cursillo de toxicología doméstica-, se pueden fumar tras secarlos al sol, al igual que otros productos como el poleo, la tila o la manzanilla. También se pueden utilizar hojas de amapola.» Para zanjar la polémica de una vez por todas, nada mejor que reproducir las conclusiones de alguien tan autorizado como Richard Feynman, premio Nobel de Física en 1965, quien experimentó en su persona el célebre combinado: Yo tenía con frecuencia que demostrar (a los compañeros de la fraternidad universitaria) cosas que no estaban dispuestos a creer -se queja el eminente científico-. Por ejemplo (...), decían que la orina salía del cuerpo por gravedad, y para hacerles ver que no era así tuve que mear cabeza abajo, haciendo el pino. O la vez en que otro soltó que al tomar aspirina y Coca-Cola uno se desmayaba inmediatamente. (...) Así que tuve que tomarme seis aspirinas y tres «cocas», una detrás de otra. (...) En cada ocasión, los necios que se tragaron el cuento me rodeaban, atentos a sujetarme en cuanto me desmayase. Pero nada ocurrió. Recuerdo, en cambio, que aquella noche no pude dormir muy bien (...). La obra de donde procede la cita se titula justamente ¿Está usted de broma, Sr Feynman? Es también creencia que la Coca-Cola tiene un gran poder corrosivo y disolvente. Cualquier objeto metálico sumergido en ella se cubre de óxido en una noche (tal vez por un efecto imaginario de electrólisis, sugerido por las burbujas que envuelven dicho objeto, aunque en este caso el agua de Vichy también serviría). Contradicciones aparte, hay quien la considera como un eficaz antioxidante. Un testimonio italiano recogido por Danilo Arona afirma que es el producto utilizado en las cadenas de montaje de la casa Fiat para dejar más limpios que una patena los bancos de trabajo. Asimismo, se ha dicho repetidamente que es capaz de disolver pedazos de carne, huesecillos, dientes..., y hasta cálculos renales, con tal de que se ingiera en dosis convenientes. Como sugiere Frederick Allen en su libro Secret Formula, ambos rumores podrían haberse gestado a partir de un ejemplo que se inventó en 1950 un profesor de la Universidad de Cornell, Clive M. McCay, para ilustrar su teoría de que el azúcar y el ácido fosfórico, dos ingredientes del refresco, producían caries. Según McCay, bastaba introducir un diente en un vaso de Coca-Cola para que se fuera reblandeciendo y empezara a disolverse al cabo de un par de días. El director del departamento químico de la empresa, Orville May, se apresuró a desmentirlo ante el cuerpo de directivos en pleno, asegurando que cualquier bebida que contuviera ambas sustancias, como el zumo de naranja, también terminaría por disolver los dientes, sólo que para ello habría que retenerla en la boca durante días y días... A pesar de todo, el rumor ya había entrado en el torrente de la tradición y navegaba por todos los ríos del folklore universal. La creencia en las propiedades corrosivas del refresco se fue refinando hasta generar una variante que rebate sin piedad aquello de «la chispa de la vida». Sostiene este nuevo rumor que la Coca-Cola es un espermicida infalible e instantáneo (conviene aclarar que debe aplicarse a modo de baño vaginal). Nos adentramos aquí en un terreno incierto, puesto que a lo largo de la historia se ha creído en la calidad espermicida de sustancias tan naturales como la miel y el aceite, con lo que parecería bastante comprensible que los pobres espermatozoides sucumbieran sin remedio a una viscosa marea negra de Coca-Cola. La exageración paranoica de este rumor nos remite al mundo de las teorías conspiratorias, de las que nos ocupamos en otro lugar de nuestro estudio. Sostiene Luis Noriega que un amigo suyo del equipo ciclista Postdam le aseguró que su patrocinador (la compañía Pepsi-Cola), incitaba a los corredores a propagar el infundio de que la Coca-Cola era una especie de arma química con la que se pretendía esterilizar al Tercer Mundo. Sea como sea, si nos atenemos a las investigaciones de algunos estudiosos de la psicología social, como Gary Alan Fine y Jean-Noël Kapferer, esta clase de rumores dañinos casi nunca se fabrican en despachos empresariales con el fin de perjudicar a la competencia. Normalmente suelen ir fermentando en las capas populares de la sociedad y reflejan la inquietud de los consumidores por las tendencias ultraderechistas -ficticias o reales- de ciertos empresarios. En I Heard it Through the Grapevine, su clásico análisis de los rumores que definen las obsesiones de la cultura «afroamericana», la profesora Patricia Turner recoge una lista de productos «contaminantes» en la que no aparece la Coca-Cola, pero si la cerveza Coors y el refresco Tropical Fantasy, junto con los cigarrillos Kool y Marlboro. Todos estos productos, sostiene el rumor, serían propiedad del Ku Klux Klan, que los emplearía con el mismo propósito: esterilizar a los negros. Como diría un marxista de toda la vida, la Coca-Cola representa la bebida «imperialista» por antonomasia. Junto con las hamburguesas, es el primer producto que traspasa cualquier frontera inexpugnable apenas se insinúa la más leve apertura. Esta capacidad «colonizadora» despierta odios y adhesiones a partes iguales. Las víctimas de los rigores comunistas engullen con ella los primeros sorbos del anhelado capitalismo, mientras que los más reacios a toda clase de transiciones la ven como el paso previo al consumismo embrutecedor. De ahí a imaginar que la Coca-Cola es capaz de hundir los denodados esfuerzos de todo un pueblo, esterilizando metafóricamente a sus habitantes, apenas hay un paso.

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